Un lluvioso sábado de abril, un auténtico día de perros, asisto en el
Bulevar de los libros de la Feria del Libro de Córdoba a la
presentación de unos textos dedicados a "Conocer Al Andalus", escritos
con un carácter de alta divulgación y con el objetivo de fomentar por
parte de la Editorial El Almendro el estudio de lo que fue este momento
privilegiado de la convivencia de las tres culturas, las tres
religiones del Libro, en la Córdoba altomedieval. Llueve a cántaros,
como en la mítica canción de Pablo Guerrero de la que se cumplen ahora
precísamente cuarenta años; el ruído de la lluvia acompasa mis
pensamientos y me lleva a esa mítica Códoba donde convivieron seres
humanos con diferente forma de plantearse la dimensión trascendente. No
tengo claro que la convivencia fuese tan pacífica como se nos dice casi
siempre, pero sí que tuvo que constituir una experiencia única. Los
autores lamentan el escaso interés que hoy muestra la sociedad, los
medios de comunicación, los centros educativos y culturales por conocer
nuestro pasado; aunque trato de hacerles ver que la botella está medio
llena y al menos por lo que yo alcanzo a ver en los institutos si que
hay interés, la escasa presencia de solo diez personas al acto
corroboran el desánimo.Pero, de pronto, surge algo inesperado: por los
ventanales de la carpa atisbo a ver a un grupo de mujeres musulmanes
que con el pelo cubiero por su pañuelo, se adueñan del Bulevar del Gran
Capitán, el milagro se hace ante mis ojos y viajo en el tunel del tiempo
diez siglos atrás.
Al volver a casa me topo de nuevo con la realidad: Es la Fiesta de las
Cruces y la ciudad es un enorme botellón, donde jóvenes se emborrachan
de vino barato y orinan por las calles y plazas sin que nadie diga nada.
Menos mal que llueve a cántaros.