jueves, 1 de agosto de 2024
Alcalá de Guadaíra
En lo alto de un alcor, que obliga al río a perfilar un meandro, se levanta la fortaleza almohade, luego cristiana tras la conquista en el siglo XIII, que intuyo debe ser el origen de esta ciudad. Probablemente entre sus muros, se desarrollaría la villa medieval, sobrepasada luego por un racimo de callejas y blanco caserío que no encuentra más límite que los pinares y el río.Aquí, vive mi hija, Ana, la flor de mi famila, con Rafa su pareja. Mis visitas son frecuentes, pero al habitar una bella casa de las afueras aún no me he hecho con el pueblo.Poco a poco comienzo a conocer su historia y el rico patrimonio, las costumbres, el pan que a veces usa como seudónimo, Alcalá de los Panaderos, así lo he visto escrito en algún sitio.
El río con los molinos, agradable paseo en otoño y primavera, ahora imposible con los rigores del estío.
Y sin embargo, Alcalá me trae muchos recuerdos, de dos buenos amigos míos, Vidal y Fernando, que allí hasta su jubilación impartieron docencia; también de una noche nupcial-la nuestra- que tuvo como marco el Hotel Oromana, de claro estilo regionalista. Semillas de una estirpe que continúa, no podía nunca imaginar que las que allí plantamos dieran el fruto de tres hijos, mis queridos Eu y Manu, a Anita ya la he nombrado.
Quizás el milagro de la vida estalle en los próximos abriles y marzos, espero que no tarde mucho y pueda verlo con mis ojos, cada vez más viejos y cansados.
Mientras tanto, aquí dejo este recuerdo de un paseo de un tórrido día de julio, que me llevo a uno de los puentes, no al de la ensoñación infantil del dragón sino al de siempre, el que un día mandó restaurar el rey dos Carlos, el ilustrado y emprendedor monarca hispánico.
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