sábado, 8 de marzo de 2025
Cristo amarrado a la columna
Se acerca la Semana Santa, cuando la lluvia cese y la primavera se afiance, otra vez volverán a salir las procesiones. Las hermandades se preparan y en algunas iglesias se exponen las imágenes titulares y se celebran una serie de actos: via crucis, traslados, quinarios, besapiés, exaltaciones, pregones...van preparando el camino que conduce a un abril de pasión y gloria.
Ayer, mi hermano Carlos, quien junto a su hija Carlota, mantiene viva la relación familiar con estos cruciales siete días para todo cristiano, incluso para los descarriados como es mi caso, participó en una procesión de esta bella talla andujareña que reproduce la escena evangélica que transcurre en el Pretorio de Jerusalén cuando Jesús es exhibido a la multitud, que prefiere liberar a Barrabás antes que a él; despojado de sus vestiduras y atado a una columna donde será cruelmente torturado,todo por haberse proclamado rey de los judíos, aunque fuera de manera metafórica pues su poder no es de este mundo.
Nuestro padre, el abuelo Paco, fue hermano mayor de la Hermandad que procesiona esta imagen y yo mismo salí en varias ocasiones de penitente, creo que era el Miércoles Santo. Recuerdos de una infancia que se ha ido y de la que estoy cada vez más lejos, como me ocurre con mi propio pueblo.
Una anécdota que me contaban mis padres: los costaleros que llevaban el paso eran pagados y no voluntarios y en medio de la procesión amenazaron con abandonarlo en medio de la calle si no se les subía el estipendio económico y la ración de vino comprometidos previamente. Mi padre, tan bueno como era , debió sufrir uno de sus ataques de nervios pero al final no le quedó más remedio que atender las reivindicaciones de los peones contratados.
Mi madre, todo un carácter, me lo contaba encorajinada y decía que era un abuso pues ya se habían tenido muchas atenciones con ellos y venía a ser la gota que colmó el vaso pues me refería los mil problemas que hubo: túnicas, velas, bandas de música, un trasiego incesante por la casa de la Judería donde morabamos y donde todo se fraguó de la mejor manera posible. Pero Manolita y Paco, recibieron estos simbólicos "azotes" con gallardía, pues el empeño era grande y el Cristo lució en su procesión como se merecía, en toda su humilde grandeza, siendo vilipendiado y atormentado por judíos y romanos.
La próxima vez tengo que pedirle a mi hermano Carlos que dejé procesionar estas remembranzas que hoy evoco al lado de tan bello paso.
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